La Religión Universal: misteriosas semejanzas entre el Cristianismo y el Conocimiento de los grandes pueblos del pasado. La Creación. El Número Perfecto, la Cruz y el Árbol. La Serpiente y el Dragón. Hijo de una Virgen, Hijo de Dios y Salvador. Enseñanzas sobre el Alma.


1. La Creación


Analizamos ahora algunas de las muchas similitudes que se pueden hallar entre el cristianismo y otras religiones. El temario es casi ilimitado y no es posible abarcarlo todo aquí; haremos solo algunas referencias sobre lo que resulta más evidente o interesante.


Lo primero que queremos evidenciar es la correspondencia entre las teorías cosmológicas de los antiguos gnósticos, de las que ya hemos hablado, y la visión de la creación según el hinduismo. En esta religión el Dios supremo Brahman (que no debe confundirse con Brahma) con su voluntad crea siete Prajapatis (según algunos Purana; en otros Puranas y escritos posteriores son nueve, diez o incluso diecisiete; en el Mahabharata aparecen 14 Prajapatis). Ellos son los Progenitores de la humanidad, los verdaderos creadores, porque Brahman no se pone a crear.


Los gnósticos antiguos tenían una complejísima cosmología que se puede encontrar en el Pistis Sophia, en el Evangelio de Judas y en otros textos, y que habla de un Demiurgo o Falso Creador que pertenece a un nivel más bajo con respeto al Dios Supremo.


La cosmología hindú habla de catorce mundos o lokas; la cosmología gnóstica también habla de numerosos Aeones, que son derivaciones sucesivas del primer Aeón (Aion teleos, ‘Aeon más ancho’; Proarché, ‘antes del origen’, Arché, ‘origen’, etc.) correspondiente al Dios Supremo. Según el grupo gnóstico hay nombres y estructuras diferentes, y las emanaciones pueden ser singulares o dobles (un Aeón masculino y uno femenino constituyen una pareja de la cual brota otra pareja de Aeones inferiores), pero el concepto de varios planos donde viven seres diferentes es muy fuerte en toda la cosmología de los antiguos gnósticos.


Vemos un ejemplo del Evangelio de Judas: «Jesús dijo, [Ven], para que pueda enseñarte [secretos] que ninguna persona [ha] visto jamás. Pues existe un grande e ilimitado reino, cuya magnitud ninguna generación de ángeles ha visto, [en la cual] hay [un] grande e invisible [Espíritu], que ojo de ángel nunca ha visto jamás, ningún pensamiento del corazón jamás ha comprendido, y nunca ha sido llamado por ningún nombre. Y una nube luminosa apareció. Él dijo: Dejad a un ángel aparecer como mi servidor. Un gran ángel, el divino iluminado Auto-Generado, emergió de la nube. Por él, otros cuatro ángeles aparecieron desde otra nube, y se convirtieron en servidores del angélico Auto-Generado. El Auto-Generado dijo, [48] Dejad [...] que aparezca [...], y apareció [...]. Y [creó] la primera lumbrera para reinar sobre él. Dijo: Dejad que aparezcan los ángeles para [su] servicio, e incontables miríadas aparecieron. Dijo: [Dejad] que aparezca un aeón iluminado, y entonces apareció. Creó a la segunda lumbrera [para] que reinara sobre él, junto con las incontables miríadas de ángeles, para servir. De esta forma creó el resto de los aeones iluminados. Les hizo reinar sobre ellos, y por ellos creó incontables miríadas de ángeles, para que les asistieran».


Como todos los párrafos de este texto, desafortunadamente tampoco este es completo, pero podemos apreciar cómo la creación se produce por medio de la palabra y la voluntad. Esto no es algo nuevo en la tradición judeocristiana. Bien conocido es el inicio del Génesis del Antiguo Testamento (Gen 1, 1-5), que dice: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz. Y hubo luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas llamó noche. Y fue la tarde y fue la mañana: un día». No recogemos el texto completo de los siete días de la creación, que es muy largo y bien conocido, pero nos interesa subrayar la importancia de la palabra como fuerza creadora.


Para ser sinceros hay que decir que la traducción ‘Dios’ no es totalmente correcta. En el antiguo Testamento, en efecto, se utilizan varias palabras para referirse a Dios: la más sagrada es el nombre Tetragrammaton (compuesto de las cuatro letras Yod He Wau He), luego encontramos Adonay, ‘Señor’, y El, que corresponde al árabe Al, del cual deriva Allah. Pero en el Génesis se encuentra la palabra Elohim, que es un plural y significa ‘aquellos que han venido del cielo’ y ‘aquellos que tienen vida en sí mismos’. Entonces la traducción correcta sería: «En el principio los Elohim crearon los cielos y la tierra». Esto se asemeja mucho más a la visión oriental y gnóstica de cuanto se podría apreciar con la otra traducción.


La misma tradición cristiana ‘aceptada’ que se manifiesta en el Evangelio de Juan (1, 1-5), con su famoso y bello prólogo, habla de una potencia creadora que se expresa como Verbo: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron». Hay que decir que nada impide que este Verbo que era con Dios y que era Dios se tratase de los mismos Elohim del Antiguo Testamento.


La imagen de la Divinidad que crea con la voz se encuentra también en otras culturas, como la egipcia. En el antiguo Egipto toda ciudad tenía su propia cosmogonía (‘nacimiento del cosmos’) y su propia antropogonía (‘nacimiento del ser humano’), cada una con un significado específico. La versión de Menfis es la más conocida y tuvo enorme importancia en la antigüedad. Esta cosmogonía muestra al dios Ptah, la divinidad tutelar de Menfis, vagando en el Nun (el océano primordial) para luego detenerse sobre un pequeño cerro que emergía de las aguas. Aquí Ptah-ta-tenen (Ptah en la forma de creador) da forma y vida a todos los dioses, al mundo, las plantas, los animales, los astros, etc., por medio del pensamiento y de la palabra.


Si no nos asombra demasiado encontrar tal semejanza entre la cultura egipcia, la judía, la cristiana aceptada y la gnóstica, pues es bien sabido que los hebreos estuvieron en Egipto y que los antiguos gnósticos eran egipcios (el centro principal fue Alejandría de Egipto), sí nos puede inquietar más leer la historia de la creación del mundo según los mayas. El Popol Vuh (el ‘libro de la comunidad’), a veces denominado como ‘la Biblia maya’, es una colección de mitos y leyendas de algunos grupos de la tierra Quiché, uno de los reinos mayas. Este texto es la transliteración en latín de un texto pictográfico mucho más antiguo. Debemos saber que después de la conquista española los sacerdotes católicos prohibieron el uso de la escritura pictográfica; entonces los sacerdotes mayas intentaron salvar sus textos en secreto, transliterándolos en caracteres latinos. Esta versión del Popol Vuh fue descubierta en 1702 por un sacerdote católico que tuvo la consciencia de conservarlo y traducirlo al castellano. Los primeros capítulos de la obra describen la creación del mundo por parte de Tepeu y Gucumatz, los ‘Progenitores’, siempre por medio de la palabra. El texto es muy largo y complejo y no es posible mostrarlo aquí completo, pero presentamos el primer capítulo:


«Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo.

Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques. Solo el cielo existía. La faz de la tierra no aparecía; solo existían el mar en calma y el cielo en toda su extensión.

No existía nada edificado. Solamente el agua en reposo, solamente el mar apacible, solo y tranquilo. Nada existía. Solamente la inmovilidad, el silencio, en las tinieblas, en la noche.

Solo el Creador, el Formador, Tepeu (‘el Dominador’), Gucumatz (‘la Serpiente Quetzal’), los Progenitores, estaban en el agua, luminosos. Estaban envueltos con plumas verdes y azules; sus nombres eran Gucumatz (‘Serpiente Emplumada’). Son grandes Sabios, grandes pensadores. Así existía el Cielo, y también el Corazón del Cielo, este es el nombre de Dios.

Entonces vino la Palabra; vino con ellos, Tepeu, Gucumatz, en las tinieblas, en la noche. Hablaron: entonces celebraron consejo, entonces pensaron, se comprendieron, unieron sus palabras, sus sabidurías.

Entonces se manifestó que cuando amaneciera debía aparecer el hombre. Celebraban consejo sobre la producción, la existencia, de los árboles, de los bejucos, la producción de la vida, de la existencia, en las tinieblas, en la noche, por el Corazón del Cielo llamado Huracán.

El primero se llama Caculhá-Huracán (‘Relámpago Huracán’). El segundo es Chipi-Caculhá (‘Joven Relámpago’). El tercero es Raxá-Caculhá (‘Relámpago improviso’): estos tres son el Corazón del Cielo. Entonces se reunieron Tepeu y Gucumatz, celebraron consejo sobre la luz, la vida, cómo se haría la germinación, cómo se haría el alba, quién sostendría, nutriría. ¡Que eso sea! Fecundaos. Que esta agua parta, se vacíe. Que la tierra nazca, se afirme, dijeron. Que la germinación se haga, que el alba se haga en el cielo, en la tierra. No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que nazca el hombre construido, el hombre formado; así hablaron. Luego la tierra fue creada por ellos. Tal fue en verdad el nacimiento de la tierra existente. ¡Tierra!, dijeron y enseguida nació.

Como la niebla, como una nube fue la creación. Entonces salieron del agua las montañas: al instante salieron las grandes montañas.

Solamente por Ciencia Mágica, por el Poder Mágico, fue hecho lo que había sido decidido sobre los montes, las llanuras; en seguida nacieron simultáneamente en la superficie de la tierra los cipresales, los pinares.

Y así se regocijó Gucumatz: Seas el bienvenido, Corazón del Cielo, Huracán y Chipi-Caculhá, Raxá-Caculhá. Nuestra construcción, nuestra formación será terminada, fue respondido.

Primero nacieron la tierra, los montes, las llanuras; se pusieron en camino las aguas; los arroyos caminaron entre los montes; así tuvo lugar la puesta en marcha de las aguas cuando aparecieron las grandes montañas.

Así fue el nacimiento de la tierra cuando nació por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, pues así se llaman los que primero fecundaron, estando el cielo en suspenso, estando la tierra en el agua. Lo que pensaron, lo que meditaron, su feliz fecundación fue hecha por ellos».


Es para quedarse sin palabras: aquí vemos que los Progenitores son similares a los Elohim y a los Prajapatis; ellos crean después de haber meditado entre sí, por medio de la palabra, guardando una extraordinaria similitud con la creación de Ptah en Egipto y con la del Antiguo Testamento. Vuelven también las aguas primordiales. Los Creadores, Tepeu y Gucumatz, se sobreponen y también se diferencian del Corazón del Cielo: el Dominador y la Serpiente Emplumada son igual que las Tres ‘personas’ que componen el Corazón del Cielo, pero también hablan con ellas, como si estas Tres Personas fuesen distintas de los Progenitores. Por lo tanto, en el próximo capítulo veremos las implicaciones del número tres.


2. El Número Perfecto, la Cruz y el Árbol: temas comunes y eternos


Ya hemos visto que el Popul Vuh de los mayas quiché habla del Corazón del Cielo, que está constituido por Caculhá-Huracán, Chipi-Caculhá y Raxá-Caculhá, que representan las fuerzas que dieron vida a la creación por medio de la palabra.


Todos sabemos que en el cristianismo el 3 es el número de Dios, porque representa a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo, Espíritu Santo o, en palabras de San Agustín, Santo Afirmar, Santo Negar, Santo Conciliar.


En la cultura judía los tres primeros Sephirotes del Árbol de la Vida (Kether, Chokmah y Binah) constituyen el reino de Atziluth, del cual originan los otros tres reinos (Beriah, Yetzirah, Assiah) con los siete Sephirotes inferiores. Es imposible no ver la Trinidad cristiana reflejada en las tres primeras esferas de la Cábala hebrea, pero también en el Corazón del Cielo de los mayas.


La misma semejanza se halla en la cultura hindú, donde las divinidades principales derivadas de Brahman (la unidad cósmica de la que todo procede) y sus expresiones son Brahma, el Creador, Vishnu, el Conservador, y Shiva, el Destructor, que componen la Trimurti.


El número 3 aparece en muchas otras tradiciones. Por ejemplo, en la cultura celta encontramos tres dioses masculinos: Esus (divinidad de la guerra y de la medicina), Toutatis (dios de la guerra, de la fertilidad y de la riqueza) y Taranis (dios del trueno).


En el antiguo Egipto cada ciudad tenía su propia tríada, compuesta por un dios, una diosa (que formaban una pareja divina) y su hijo. El ejemplo más conocido es el de la tríada Osiris, Isis y Horus.


En la ciudad fenicia de Cartago, en la ribera africana, eran venerados muchos dioses, algunos con rasgos semíticos, otros derivados de Egipto. Pero la trinidad principal estaba compuesta por el dios Baal (nombre que originariamente significaba ‘el dios’ y era usado para referirse a varias divinidades de Oriente Medio; luego pasó a identificar específicamente a un dios de la fertilidad y la tempestad: Hadad o Adad, de ahí la denominación Baal-Adad), por la diosa Tanit (de la fertilidad y de la Luna) y por el dios Eshmun (asociado a la fertilidad y al ciclo del renacimiento).

La trinidad fenicia y la egipcia corresponden a la tipología Padre-Madre-Hijo, que el V.M. Samael Aun Weor nos explica se corresponde con la trimurti Padre-Hijo-Espíritu Santo.


En la mitología nórdica Borr (‘el generado’) y Bestla generan tres hijos: Wotan (u Odín, el jefe de los dioses), Vili y Ve. Los tres hermanos matan al gigante Ymir, con el cuerpo del cual crean el mundo. Por tanto, también aquí tres dioses originan la creación. Odín es el dios de la guerra, de la magia y de la sabiduría. Él inspiró el soplo vital en dos leños sobre la orilla, volviéndolos hombre y mujer (Askr, ‘fresno’, y ‘Embla’, ‘olmo’). Vili les otorga las emociones y la inteligencia. Ve les da la palabra y los sentidos.


Se puede apreciar una similitud con la Trinidad cristiana, en la cual el Padre es el dador de la vida, el Hijo del amor y el Espíritu Santo del poder.


Otra trinidad que aparece en Europa del Norte es la compuesta por Odín, Thor (hijo de Odín y dios del trueno) y Freyr (dios de la fertilidad).


Todas estas semejanzas entre distintas religiones sobre la importancia del número 3 vinculan el cristianismo con culturas anteriores y hasta muy lejanas. Esto demuestra que esta base que se cree específica de dicha religión no lo es, sino que se trata de un patrimonio común a la sabiduría del mundo entero.


De la misma forma, el símbolo más venerado de la cristiandad, la cruz, se encuentra en el acervo de muchísimos países. Efectivamente podemos encontrar cruces en el Tíbet, donde la swástica es un símbolo sagrado antiquísimo que representa una cruz en movimiento. En Egipto la cruz Ankh es atributo de los dioses y símbolo de protección. La cruz adorada por los aztecas es ligada al dios Xólotl, al Sol y al nacimiento del mundo.


También en la cultura islámica este signo aparece como representación del encuentro de la dirección del ser (la del Alma) y la del hacer (de la psiquis y de la materia), que puede servir como introspección para alcanzar el Alma.

En algunas culturas orientales este símbolo representa la unión del hombre y de la mujer (o de un dios y una diosa) en el acto de crear: los dos opuestos que se unen para dar vida; y en este sentido la cruz es análoga al yin-yang chino. En la tradición celta, además, la cruz está en relación con la representación del Sol, el astro que se encuentra en el origen de la vida.


Como se puede comprobar con un estudio profundo, la cruz cristiana lleva realmente en sí todas esas simbologías.

Por lo tanto, podemos decir que la unicidad del cristianismo es mucho menos cierta de lo que se puede creer de forma ignorante y superficial.


La cruz en la que Jesús es suspendido está hecha con la madera de un árbol preciso, el olivo; este árbol encierra muchas significaciones, ya que sus frutos son extraordinariamente importantes y el Mesías, no lo olvidemos, es el ‘ungido’. Pero hay también otro árbol importante en la predicación del Rabbí de Galilea. Leemos un pequeño pasaje del Evangelio de Mateo (21, 19): «Y al ver una higuera junto al camino, se acercó a ella, pero no halló nada en ella sino solo hojas, y le dijo: Nunca jamás brote fruto de ti. Y al instante se secó la higuera». El mismo relato se encuentra en el Evangelio de Marcos 11, 13-21. Aparentemente esta maldición es un hecho de crueldad y se pueden leer interpretaciones increíbles sobre ese hecho: que Jesús no era omnisciente porque no sabía que era tiempo de higos, que era iracundo y vengativo, que era un glotón, y otras cosas tan brillantes como estas.


El sentido que a la gente le cuesta entender está muy bien explicado en el Evangelio de Lucas (13, 6-9): «Y dijo esta parábola: Tenía uno una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no [lo] halló. Y dijo al viñero: He aquí tres años ha que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no [le] hallo; córtala, ¿por qué malgastar la tierra? Él entonces respondiendo, le dijo: Señor, déjala aún este año, hasta que [yo] la excave y abone. Y si hiciere fruto, [bien;] y si no, la cortarás después». Aquí, tratándose de una parábola, las gentes están predispuestas a buscarle un sentido trascendental, aunque de hecho este se encuentre presente en todos los momentos, hechos y dichos de la vida de Jesús. La higuera es el mismo ser humano, al que se da la posibilidad de dar fruto con ayuda por parte del viñero, es decir, del Padre y de los Maestros. Pero si no se decide a dar frutos tampoco así, entonces será justamente abatido.

En la tradición judía el árbol es relacionado con el estudio de la Cábala, representa al hombre en todas sus partes y también al universo, de acuerdo con la enseñanza de Hermes Trismegisto.


También el árbol del Edén, de cuyos frutos Adán y Eva no debían comer, es una representación metafórica del abuso que el ser humano no debía cometer con relación a sus propias energías creadoras, es decir, con relación al Árbol de la Vida cabalístico.


La tradición sumeria conoce igualmente un árbol. A continuación ofrecemos unas líneas del Poema de Gilgamesh, mucho más antiguo que la Biblia hebrea: «Entonces una serpiente que no puede ser encantada hizo su nido entre las raíces del árbol huluppu, el ave Anzu metió a sus hijos entre las ramas del árbol y la virgen negra Lilith construyó su casa en el tronco». Lilith pasó posteriormente a la tradición judía, en la que aparece como la primera esposa de Adán, para convertirse luego en un demonio femenino.


Aún más al oriente hay un árbol muy importante, y también se trata de una higuera. Según la tradición budista, en el año 565 a.C. la reina Maya parió a su hijo, Siddharta Gautama Shakyamuni, el Buddha, agarrándose a las ramas de una higuera en el bosque de Lumbini.


Y otra higuera es la que cubrió con sus hojas al Buddha cuando, después de haber abandonado el palacio de su padre y a su mujer y su hijo y haberse dedicado a una vida de ermitaño y ayunos, comprendiendo que ninguno de los dos extremos era correcto y habiendo decidido seguir el camino del medio, se puso en meditación bajo el árbol llamado Ashwatta, a la sombra del cual logró la iluminación. Todo eso es simbólico: el Árbol es el Ser y solo bajo su protección se puede lograr la Iluminación.


Para los nórdicos el fresno Yggdrasil es el eje del mundo: sus raíces se hunden en el mundo y la cima alcanza el último de los cielos; en sus ramas habitan muchos animales: algunos positivos, otros negativos, pero todos dotados de poderes mágicos.


¿Qué quiere decir esto? Sencillamente que el símbolo del árbol como representación del ser humano en cuanto microcosmos y del universo como macrocosmos se encuentra en todos los lugares del mundo, porque es universal y no puede ser considerado patrimonio exclusivo de ninguna religión o tradición.


3. La Serpiente y el Dragón


Tanto en la tradición del Génesis como en el pasaje que hemos leído antes del Poema de Gilgamesh, el árbol se encuentra vinculado a una serpiente. Este es uno de los símbolos más conocidos del cristianismo, y es considerado por todo el mundo como negativo y maléfico. Pero la serpiente tiene un valor ambiguo, dúplice, a veces negativo, a veces positivo, ¡incluso en el mismo cristianismo!


Empecemos con el aspecto tenebroso. Ya hemos visto que el relato sobre Adán y Eva en el jardín del Edén simboliza algo más que la simple prohibición de comer un fruto. Y para ser precisos, la serpiente no engaña a nadie: lo que promete se cumple verdaderamente. Así se lee (Gen 3, 22-24): «Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de Nos conociendo el bien y el mal: ahora, pues, porque no alargue su mano y tome también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre: Y lo expulsó Jehová del huerto del Edén para que labrase la tierra de que fue sacado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del jardín del Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía hacia todos lados para guardar el camino del árbol de la vida».


La serpiente le había prometido a Eva que comiendo del árbol conocería el bien y el mal, y así pasó. Es tentadora, pero no engañadora.


La imagen de Eva que pisotea la cabeza de la serpiente se refleja en el Apocalipsis de San Juan, donde la mujer vestida de estrellas está amenazada por el dragón que quiere robarle a su hijo.


Como consecuencia de estos relatos bíblicos, el cristianismo toma la serpiente como emblema del demonio. Y así vemos al Arcángel Miguel matando a un monstruo que se parece a una gran serpiente, el cual representa a Satanás; y a San Jorge que mata al dragón, equivalente de la serpiente. Los dos son análogos a Jesús en la lucha contra el demonio.


Algo similar se encuentra en la mitología de la India de los Vedas (II-I milenio a.C., hasta cerca del 1600), cuya divinidad principal es Indra, dios del cielo, de la lluvia y de las tempestades, y también dios de la fuerza y protector de los arios dominadores. Indra se enfrenta y mata a un monstruo con aspecto de enorme serpiente o dragón, Vritra, que impedía que las aguas corrieran y obstruía la entrada de la montaña sagrada. Vritra es considerado como la representación del desorden y del caos.


En la misma India, unos siglos más tarde, el dios Krishna, octavo avatar de Vishnu, se enfrenta con la enorme serpiente Kaliya, a la que el héroe divino somete totalmente.


También entre los griegos Apolo, bellísimo dios de la música y del Sol, hijo de Zeus, se enfrenta con Pitón, una horrible serpiente a la que mata con sus flechas.


Y en la cultura nórdica, cuando llegue el Ragnarök (el combate final), el dios Thor (hijo de Odín) deberá luchar contra la serpiente de Midgardr, Midgardsormr: Thor matará al monstruo, pero a causa de su soplo venenoso avanzará tan solo nueve pasos y caerá muerto.


Se podría escribir un libro solamente sobre el sentido simbólico de este relato, pero ahora no podemos profundizar más.


Siguiendo en el norte de Europa encontramos a Sigfrido, hijo de un rey, que mata al dragón Fafnir y hundiéndose en su sangre logra la invulnerabilidad.


Según las leyendas de los eslavos balcánicos, el dios del trueno cada mañana debía enfrentarse con un dragón o serpiente que quería capturar el sol para que el mundo cayera en tinieblas. Esa criatura creaba nieblas espesas y tempestades destructivas.


En la antigua cultura de Ugarit el dios Baal-Adad derrota y mata a la monstruosa serpiente de siete cabezas Lotán (el antecesor del Leviatán bíblico).


Esto nos interesa particularmente, porque nos permite hablar de este tipo de monstruos de varias cabezas: los encontramos en Grecia y Roma con Heracles, que combate contra la Hidra de Lerna; en Japón, donde el dios sintoísta Susanoo combate contra la horrible y gigantesca serpiente Yamata no Orochi, que pretendía el sacrificio de niñas; este monstruo tenía ocho cabezas, y el dios logró hacerlas embriagar a todas con ocho barriles de sake, para luego decapitarlas.


Los monstruos que muchas veces se encuentran en mitos y historias religiosas, tengan o no forma de serpiente, son siempre representaciones muy claras de las múltiples caras del Ego, es decir, de los muchísimos defectos que cada ser humano lleva dentro de sí mismo y que es necesario destruir.


En este sentido son equivalentes a la bestia del Apocalipsis, con sus siete cabezas y diez cuernos y que será muerta por el jinete del caballo blanco. Esta misma representación se encuentra en la enseñanza de Jesús cuando ataca a los mercaderes del templo con el látigo, que representa la voluntad. Y también lo podemos deducir del diálogo entre Jesús y un demonio que poseía a un hombre (Mc 5, 1-20; Mt 8, 28-34; Lc 8, 26-39). Veamos unos versículos de Marcos (5, 7-9): «Y gritando con fuerza dijo: ¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios el Altísimo? Te conjuro por Dios, no me atormentes. Porque Jesús le había dicho: Sal de este hombre, espíritu inmundo. Después le preguntó: ¿Cómo te llamas?. Y respondió diciendo: Legión me llamo; porque somos muchos». Esta es la misma enseñanza que se debe recabar de los cuentos mitológicos sobre héroes y dioses que combaten contra monstruos con muchas cabezas, pero también del mito egipcio de Horus, que combate contra Seth y sus demonios; y del mito azteca según el cual Huitzilopochtli salió del vientre de su madre Coatlicue, que había sido asesinada por una de sus hijas, Coyolxauhqui porque había quedado embarazada por una pluma blanca (¡y vuelve aquí la fecundación divina!): el niño divino, entonces, mata a su hermana matricida y a muchos de los cincuenta hijos de Coatlicue; Coyolxauhqui es lanzada en el cielo y se convierte en la Luna.


Todos esos cuentos sirven para explicar la necesidad de eliminar al Ego, que en muchos casos es simbolizado por una monstruosa serpiente.


Pero la serpiente (y el dragón, que representa lo mismo) tiene también otro significado: el poder hipnótico de las tentaciones que nos llevan a la perdición. Por eso a veces no hay necesidad de matar al monstruo, sino solo de someterlo al control de la Consciencia y de la voluntad, como hace Krishna con Kaliya.


Este mismo poder tan nefasto puede volverse positivo si está bien orientado y es empleado para fines superiores. Por lo tanto la misma serpiente puede tener un significado positivo: es el poder que deriva de la sabiduría del bien y del mal que solo la serpiente puede entregar. Y únicamente por medio de un uso sabio de las fuerzas que la serpiente o el dragón representan, se puede ir más allá del bien y del mal. Por eso en la antigua China, por ejemplo, el dragón es un poderoso símbolo de sabiduría, buena suerte y protección.


Muchos dioses antiguos tienen la serpiente como ornamento y emblema característico: la antigua diosa de lo micénicos, que lleva dos serpientes en sus manos y es llamada Potnia theroon, la ‘señora de las bestias’; en el mundo griego clásico encontramos a la diosa Atenas, que a menudo aparece acompañada por Erictonios, el niño-serpiente que ella había adoptado y que fue rey de la ciudad de Atenas; precisamente con una serpiente enroscada en sus pies fue representada en la estatua de Fidias en el templo más famoso de Atenas, el Partenón, y en otras esculturas antiguas. Y Asclepios (Esculapio entre los romanos), hijo de Apolo y dios de la medicina, portaba un bastón con una serpiente ascendiendo a largo de él.


Otro dios muy conocido que muestra un símbolo semejante es el griego Hermes, correspondiente al romano Mercurio. Este dios, hijo de Zeus-Jupiter, mensajero divino y patrón de los ladrones, se identifica por llevar un bastón por el que ascienden dos serpientes: el caduceo.


El bastón con una o con dos serpientes se convertirá en el símbolo de la medicina y de la farmacia. Es impresionante cómo esta imagen se ha difundido a lo largo del mundo entero. En la antigua India se encuentra la representación de Ida y Píngala, los dos canales medulares que se enroscan alrededor de la espina dorsal. Y en la antigua China encontramos las representaciones de los primeros reyes divinos, Fu-Xi y Nüwa, hermano y hermana, que sobrevivieron al Diluvio, volvieron a poblar el mundo y reinaron sobre sus descendientes.


Justificar todo eso con un simple caso fruto del azar sería un insulto a la inteligencia humana, que no es mucha pero puede llegar a entender que hay un conocimiento universal representado de varias maneras según los diferentes tiempos y lugares.


En el antiguo Egipto se evidencia la similitud entre los símbolos que hemos visto antes y los raros cántaros encontrados en la tumba del faraón Tutankamón, donde se puede apreciar una columna central que sale de un contenedor y que concluye en una especie de trono, y dos asas que se unen al centro con un movimiento sinuoso muy parecido al de las serpientes que hemos mencionado.


Pero además hay otras serpientes mucho más evidentes en las coronas de los faraones y de los dioses, que se colocan un cobra en el entrecejo como señal de sabiduría y poder.


Este mismo sentido encierran las serpientes que suben a lo largo de las columnas del Buddha y de muchos místicos y yoguis del mundo hindú y budista. Es digno de mención el hecho concreto de que la corona de los faraones, vista desde atrás, es igual a las imágenes de las estatuas orientales, y esto nos permite concluir que ¡representaba una serpiente!


Ya hemos mencionado antes cómo para los mayas la Serpiente Emplumada, Gucumatz, representaba al Creador. Y entre los aztecas encontramos la equivalencia de Quetzalcóatl, que también es una Serpiente Emplumada.

Pero este animal aparece asimismo con un sentido positivo donde menos lo sospecharíamos: en la cultura judía y en el mismo cristianismo. Vemos un pasaje del libro de los Números (21, 4-9). Los Israelitas están viajando por el desierto y se quejan contra Dios y contra Moisés: «Partieron del monte de Hor, por el camino del mar Rojo, para rodear la tierra de Edom, y el pueblo se impacientó por causa del viaje. Y el pueblo habló contra Dios y Moisés: ¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para morir en el desierto? Pues no hay comida ni agua, y detestamos este alimento tan miserable. Y el Señor envió serpientes abrasadoras contra el pueblo, y mordieron al pueblo, y mucha gente de Israel murió. Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado, porque hemos hablado contra el Señor y contra ti; intercede ante el Señor para que quite las serpientes de entre nosotros. Y Moisés intercedió por el pueblo. Y el Señor dijo a Moisés: Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta; y acontecerá que cuando todo el que sea mordido la mire, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre el asta; y sucedía que cuando una serpiente mordía a alguno y este miraba a la serpiente de bronce, vivía».


Aquí los intérpretes han dado lo mejor de sí, pero la serpiente sobre el asta es el poder de la serpiente positiva que salva del poder hipnótico de las serpientes negativas (las pasiones del Ego). Y Moisés, la figura más importante del pueblo hebreo, muestra ser enviado por el Señor cuando ordena a su hermano Aarón convertir también su bastón en una serpiente; con el mismo bastón o vara, Aarón y Moisés realizarán muchos prodigios (Éxodo 7, 8-20; 14, 15-16.21-22; 17, 1-6).


«Y habló el Señor a Moisés y a Aarón, diciendo: Si el Faraón os respondiere diciendo: Mostrad milagro; dirás a Aarón: Toma tu vara y échala delante del Faraón, para que se torne dragón. Vinieron, pues, Moisés y Aarón al Faraón, e hicieron como el Señor lo había mandado; y echó Aarón su vara delante del Faraón y de sus siervos, y se tornó dragón. Entonces llamó también el Faraón a sabios y encantadores; e hicieron también lo mismo los encantadores de Egipto con sus encantamientos, pues echó cada uno su vara, las cuales se volvieron dragones; mas la vara de Aarón devoró a las varas de ellos. Y el corazón del Faraón se endureció, y no los escuchó; como el Señor lo había dicho. Entonces el Señor dijo a Moisés: El corazón del Faraón está agraviado, y no quiere dejar ir al pueblo. Preséntate por la mañana al Faraón cuando él sale para ir al río; y tú ponte a la orilla del río delante de él, y toma en tu mano la vara que se volvió culebra, y dile: El Señor, el Dios de los hebreos me ha enviado a ti, diciendo: Deja ir a mi pueblo, para que me sirvan en el desierto; y he aquí que hasta ahora no has querido oír. Así ha dicho el Señor: En esto conocerás que yo soy el Señor; he aquí, yo golpearé con la vara que tengo en mi mano el agua del río, y se volverá sangre. Y los peces que hay en el río morirán, y hederá el río, y tendrán asco los egipcios de beber el agua del río. Y el Señor dijo a Moisés: Di a Aarón: Toma tu vara, y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus ríos, sobre sus arroyos y sobre sus estanques, y sobre todos sus depósitos de aguas, para que se vuelvan sangre, y haya sangre por toda la región de Egipto, así incluso en los vasos de madera como en los de piedra. Y Moisés y Aarón hicieron como el Señor lo mandó; y alzando la vara golpeó las aguas que había en el río, en presencia del Faraón y de sus siervos; y todas las aguas que había en el río se volvieron sangre.»

«Entonces el Señor dijo a Moisés: ¿Por qué me invocas con esos gritos? Di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo; y entren los hijos de Israel por en medio del mar en seco. […] Y extendió Moisés su mano sobre el mar, e hizo el Señor que el mar se retirase por un recio viento que sopló del este toda aquella noche; y tornó el mar en seco, y las aguas quedaron divididas. Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar seco, teniendo las aguas como muro a su diestra y a su siniestra.»

«Y toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin, por etapas, al mandamiento del Señor, y asentaron el campamento en Refidím; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y riñó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué me acusáis? ¿Por qué tentáis al Señor? Pero el pueblo torturado por la sed protestó contra Moisés y dijo: ¿Por qué nos hiciste salir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, y a nuestros hijos y a nuestros ganados? Entonces clamó Moisés al Señor, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán. Y el Señor dijo a Moisés: Pasa delante del pueblo acompañado de algunos de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara, con la que golpeaste el río, y ve: yo estaré delante de ti allí sobre la peña, en Horeb; y herirás la peña, y saldrá de ella agua, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel».


Jesús es a menudo relacionado con Moisés, y no ha faltado su representación como serpiente sobre la vara: si no se supiera que es Jesús se podría creer que sea una imagen pagana, pero es cristiana.


Mateo (10, 16) refiere esas palabras de Jesús: «Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas». La palabra ‘astuto’ en griego es la misma del pasaje de Lucas sobre el mayordomo ‘prudente’ que muchas veces es llamado ‘malo’ injustamente. La serpiente, siendo un símbolo de conocimiento y sabiduría, es natural que sea usada por Jesús para indicar la prudencia o astucia que sus discípulos deben tener.


El pasaje del Evangelio de Juan 3, 1-15 es muy interesante. Reproducimos todo el pasaje porque nos permite sacar una conclusión fundamental: «Había un hombre de los fariseos, llamado Nicodemo, notable entre los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él. Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le preguntó: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer? Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te asombres de que te haya dicho: es necesario nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede ser esto? Jesús respondió y le dijo: Tú que eres maestro de Israel ¿no entiendes estas cosas? En verdad, en verdad te digo que hablamos lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de las cosas terrenales y no creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, es decir, el Hijo del Hombre que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree tenga en él vida eterna».


Lo primero que podemos evidenciar es que el mismo Jesús justifica su relación con la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Secundariamente vemos que Jesús está ofreciendo una enseñanza profundamente esotérica que ni un doctor de Israel llega a comprender. Y sus palabras recuerdan el lenguaje de los alquimistas de la Edad Media, que hablaban de agua y fuego. De hecho el Espíritu es fuego, como los mismos Evangelios explican. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué quiso explicar Jesús a Nicodemo sin que este lo comprendiera? Algo que está en relación con la serpiente y con las representaciones que ya hemos visto de este animal tan particular.


De hecho, si la serpiente monstruosa es un símbolo del Ego, del demonio interior (o de los demonios) que hay que matar y, sobre todo, del poder tenebroso que conduce a la perdición, la serpiente que sube a lo largo de un bastón indica el poder que asciende por la médula espinal de una persona hasta llevarla a un nivel superior. El bastón de Aarón y de Moisés es la columna vertebral que hospeda a la serpiente, y esto les permite hacer milagros. El vaso de Tutankamón representa el flujo de la energía que este faraón egipcio supo dirigir para lograr un estado divinal, y de la misma manera las serpientes con que se coronaban faraones y dioses representaban su sabiduría sobre la necesidad de utilizar las energías creadoras para poder reinar justamente. El bastón de los faraones recuerda mucho a una serpiente; igualmente los bastones episcopales de los primeros siglos tenían la misma forma de los bastones egipcios y acababan con una cabeza de serpiente (todavía hay algunos, sobre todo en la iglesia ortodoxa). Porque solo quien tenía la serpiente levantada dentro de su columna podía ser guía de los demás.


Y para levantar la serpiente hay que saber utilizar la respiración; por eso al caduceo es atributo del dios Hermes, que es considerado el dios y el símbolo del viento que sopla. Además hay una conexión entre este dios que protege a los ladrones y la crucifixión de Jesús, con dos ladrones a su lado, uno malo y uno bueno. El ladrón malo personifica una fuerza maligna y tenebrosa que roba las energías para dárselas al demonio interior, pero el ladrón bueno hace lo contrario y roba estas mismas energías para entregarlas al Ser.


Realizando este trabajo correctamente, una persona puede lograr que la serpiente suba por su columna espinal hasta llegar a coronar su cabeza; y como hay siete cuerpos, hay siete serpientes; por esto en Oriente podemos ver representaciones de yoguis con cinco o siete serpientes coronando su cabeza: se trata de grados de poder, ni más ni menos.


Jesús conocía perfectamente esta ciencia tan antigua y la entregó a sus discípulos porque ya en Israel se había perdido; pero no la difundió, en cuanto es una ciencia secreta y muy sagrada. Por eso Jesús hablaba al pueblo con parábolas, y a sus discípulos les explicaba todo claramente. Creer que todo el mensaje de Jesús es únicamente lo poco que se ha podido sacar en los siglos de los cuatro evangelios aceptados, sin incluir conocimientos superiores que permitieran profundizar más, es una gran falta para con el Cristo Jesús y su inmensa misión.


4. Hijo de una Virgen, Hijo de Dios y Salvador


Hay algunos particulares de la vida de Jesús que es bueno confrontar con los que se mencionan sobre personajes muy importantes de otras religiones.


Empezamos con la Anunciación a María por parte del Arcángel Gabriel, que le comunica una fecundación por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35). Y cuando Jesús sea bautizado en el Jordán, recibirá el Espíritu Santo bajo la forma de una paloma blanca (Lc 3-21-22).


En el mundo persa de la edad helénica era muy difundido el culto a Mitra, dios solar identificado con el hijo de la Diosa Madre Anahita. El mayor templo dedicado a tal culto se encontraba en el actual Kangavar, al oeste de Irán, y estaba dedicado a «Anahita, la inmaculada virgen madre del señor Mitra». El templo data de alrededor del año 200 antes la era cristiana, por lo que resulta imposible afirmar que los seguidores de Mitra copiaran a los cristianos.


En la mitología azteca Coatlicue, diosa de la vida y de la muerte, concibe y pare como virgen dos gemelos, Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada, héroe positivo e instructor de la humanidad) y Xólotl (su antítesis tenebrosa). Luego tuvo muchos otros hijos, pero no como virgen.


Según el budismo, la reina Maya, mujer del rey Suddhodana de Kapilavastu, de una rama de la familia de los Shakya, vio en un sueño a un elefante blanco con seis colmillos, con los que le traspasaba un costado sin dañarla. Y así ella se quedó embarazada «sin impuridad»; en el año 565 a.C., en el bosque de Lumbini parió a su hijo, que fue llamado Siddharta, que significa ‘el que ha logrado la Iluminación’. El niño dio de inmediato siete pasos y dijo: «Para lograr la Iluminación yo nací, para el bien de los seres sensibles; esta es mi última existencia en el mundo» (Ashvagosha Buddhacarita, canto I, 15). El elefante blanco es el equivalente de la paloma blanca cristiana. Efectivamente el elefante es el animal cuya testa corresponde a la del dios hindú Ganesha, hijo de Shiva y de Parvati, que son los dos aspectos masculino y femenino de la Tercera Persona de la Trimurti hindú, es decir, el equivalente del Espíritu Santo.


Por tanto, la concepción virginal, sin pecado, es bien conocida en diversos lugares y siempre concierne a individuos sagrados. Es interesante observar que en algunos evangelios apócrifos se menciona que Jesús inmediatamente después de haber nacido era capaz de caminar y de hablar, como el Buddha. Y también sobre Moisés la tradición judía relata algo similar, a lo que hay que añadir que el niño tenía además el don de la profecía.


Si tomamos estos datos como referidos objetivamente a personas, es evidente que no se pueden considerar más que cuentos de niños; pero el significado que encierran es que estos hombres llevaban en sí algo divino, que es el verdadero elemento protagonista de tales historias. Quien resplandece y tiene poderes sobrenaturales no es Jesús o Moisés o Siddharta en sus respectivas infancias, sino la parte del Ser que ellos representan y que encarnaron a lo largo de sus existencias.


Del mismo modo, si contemplados desde este punto de vista, los relatos mitológicos sobre los dioses griegos, ganan otro significado y profundidad. Algunos de estos dioses aparecen dotados de poderes sobrenaturales desde la infancia.


Hermes, al que ya hemos visto relacionarse con las fuerzas que sirven para hacer lo que Jesús enseña sobre el Hijo del Hombre, es hijo de Zeus, el padre de los dioses, y de Maya, la primera de las Pléyades. Nació en una gruta (como Jesús) de un monte del Peloponeso; recién nacido, se liberó de las vendas mientras estaba solo y salió; encontró una tortuga, a la cual quitó el caparazón para crear con él la primera lira a siete cuerdas. Luego fue a robar cincuenta bueyes custodiados por Apolo, su hermanastro, mató algunos y escondió los demás. Hecho todo lo cual, volvió a su cuna como un niño inocente. Apolo, que tenía videncia, encontró al ladrón de ganado y al final lograron un acuerdo: Hermes no sufriría ningún castigo por aquellos animales que había matado, restituiría los demás y a cambio Apolo, el dios de la música, obtendría la lira, que representa la sublimación de las energías.


También Hércules es, como Hermes y Apolo, un hijo de Zeus. Su madre es Alcmena, mujer del rey Anfitrión. Al nacer fue amenazado por Hera, la esposa de Zeus, que envió dos enormes serpientes para matar a Hércules y a su hermano gemelo Ificles (hijo de Alcmena y Anfitrión). Pero el niño divino aniquila a los dos monstruos con la sola fuerza de sus pequeños puños.


Cuenta el sofista Pródico que este héroe tuvo que escoger a la edad de dieciocho años entre dos bellas mujeres que se le aparecieron en una bifurcación: una era el Vicio, la otra era la Virtud. Hércules se decidió por la Virtud, y así dedicó toda su vida a ayudar a los demás y a combatir a monstruos y tiranos. Sus empresas son muy conocidas, en particular los doce trabajos que le valieron la inmortalidad y el derecho a entrar en el grupo de los dioses del Olimpo, donde se casó con Hebe, diosa de la juventud y copera de los dioses.


Ya hemos visto cómo la muerte de la Hidra de Lerna por parte de Hércules representa la necesidad de matar los defectos que tenemos en nuestro interior, lo mismo que también hace Jesús cuando amenaza a los mercaderes del Templo o libera a los poseídos de sus demonios. Por tanto, las semejanzas no son pocas ni casuales.


Otro de los hijos de Zeus que encarna en sí algunos aspectos salvíficos es Dioniso, análogo al Baco romano. Hay muchas versiones de su historia, pero a nosotros nos interesa la vinculada a los misterios del dios como figura principal. El Dioniso Zagreo es hijo de una mujer humana, Sémele, y de Zeus. Sémele, engañada por Hera, pide a su amante poder contemplarle en toda la plenitud de su luz divina, y al hacerlo cae fulminada por sus rayos. Entonces Zeus, sin poder salvarla, rescata al niño nonato de su vientre (a los seis meses de gestación) y oculta al feto en uno de sus propios muslos para terminar su gestación (tres meses más). Pero una vez que nace, los Titanes lo matan y lo desmembran. Su hermano Apolo le recompone y la diosa Rea le devuelve la vida. Así Dioniso nace tres veces: de la madre humana, del Padre divino y a través de una resurrección. El número 6 (tiempo que es gestado por la madre) representa el amor humano; el 3 (gestación en el padre) es el número de la divinidad, y en particular del Espíritu Santo, quien da la vida verdadera; además este número está relacionado con las fuerzas sexuales, como el número 9 (los meses totales de gestación) que es en relación con el uso correcto de las fuerzas sexuales, por eso Zeus gesta a su hijo en el muslo. Los Titanes son los demonios interiores que deben ser vencidos por medio de la ayuda de Apolo, el Sol interior, y de Rea, la Madre Natura: Dioniso muere en sí (el desmembramiento) pero renace victorioso sobre las fuerzas tenebrosas del Ego.


Nos encontramos, pues, ante un tratado esotérico extraordinario resumido en un cuento mitológico.

Además, el propio Dioniso se representa crucificado o relacionado con una cruz en antiguas piezas arqueológicas. Aunque estas daten del 200 o el 300 d.C., hay que decir que en aquel entonces la cruz era un signo bien conocido, pero no así Jesús crucificado: los primeros testimonios de un crucifijo cristiano son del siglo V. No es correcto afirmar que el culto dionisíaco, mucho más antiguo del cristiano, haya copiado de este una simbología que todavía ni el cristianismo había elaborado completamente. Y aunque si queremos ver estas representaciones como una influencia cristiana, entonces hay que admitir que los seguidores de los misterios de Dioniso vieron una relación entre Jesús y el dios griego, lo cual nos lleva a la conclusión de que para ellos existían entre ambos semejanzas que a los que vinieron después les faltó la capacidad para reconocer.


Dioniso es el dios del vino, y debemos recordar que el primer milagro de Jesús fue la transmutación del agua en vino en las bodas de Caná. Además el vino es uno de los símbolos ligados a la sublimación de las energías, de las que ya hemos hablado en relación con Hermes y la serpiente.


Como último dios del mundo clásico mencionaremos a Apolo, hijo de Zeus y de una mortal, Latona, que da a luz dos gemelos: Ártemis/Diana y Apolo. Sobre este mencionábamos antes que es el patrón de la música, junto con las Nueve Musas, y que uno de sus símbolos es la lira de siete cuerdas, lo que indica la necesidad de la sublimación y el refinamiento de las energías. En una edad más tardía este dios es unificado con Helios, el Sol, y deviene así el dios solar.


Para localizar la enseñanza llevada por el culto de Apolo debemos acercarnos al templo de Delfos, el más famoso y importante del clasicismo, erigido en el lugar donde el joven dios mató al monstruo Pitón, que había intentado violar a su madre cuando estaba embarazada (y aquí también podemos encontrar una semejanza con el dragon del Apocalipsis che amenaza a lu mujer embarazada). En la fachada del templo se encontraba esculpida una frase: «¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses».


Una invitación más clara que esta es difícil encontrarla.


Apolo es el dios del sol para los griegos y para los romanos; y la Navidad cristiana deriva de una antigua fiesta romana que celebraba el renacimiento del sol después de solsticio de invierno, cuando el día comienza a prolongar sus horas de luz con respeto a la noche: el Dies Natalis Solis Invicti, ‘el día de nacimiento del Sol Invencible’. Ante de esta correspondencia no podemos cerrar los ojos. El Sol es el astro que da la vida y la luz, que representa la sabiduría y la verdad. Por ende, se reconoce una relación entre el Sol y Jesús, y entre el Sol y los dioses que en cualquier cultura han llevado una enseñanza de salvación.


Otro dios relacionado con el Sol es el nórdico Baldo, hijo de Odín (padre de los dioses) y dios del Sol y de la luz, el más bello de todos los dioses. Es muerto a través de un engaño por el malvado Loki, pero su hermano logra que en el momento del Ragnarök Baldo pueda volver a la vida para generar con su hermano Hoder y dos hijos de Thor una nueva estirpe divina. A menudo Baldo es representado con una flecha o lanza traspasando su costado, lo que recuerda mucho la lanza de Longinos que hirió el costado de Jesús.


Un rasgo típico de los individuos divinos que vienen para ayudar a la humanidad es que desde niños son atacados y se intenta darles muerte. Jesús debe ser salvado por sus padres con la huida a Egipto. Dioniso también es muerto por los titanes. Hércules es atacado por las serpientes.


Krishna (final del IV milenio), octavo Avatar de Vishnu, es el octavo hijo de Devaki y Vasudeva. Devaki es la prima del rey Kamsa de Matura, al que se le ha predicho que un hijo de ella lo matará, por lo que él hace asesinar a todos los hijos de Devaki; pero Krishna es cambiado con otro niño y confiado a un pastor. El rey envía a un demonio a matar al niño, y para hacerlo toma el aspecto de una bellísima mujer que se ofrece para amamantar a las criaturas. Su leche es venenosa y todos los pobres infantes mueren. Sin embargo Krishna es inmune al veneno y succiona tan fuertemente que la mujer muere, con lo que vuelve a tomar su aspecto demoníaco.


Esto nos recuerda mucho la matanza de los inocentes de la historia de Jesús.

Por tanto, también las amenazas durante la infancia son comunes a esas figuras. ¿Por qué? Porque ellos representan al Niño de Oro de la Alquimia, que nace dentro del ser humano y es atacado por las fuerzas tenebrosas que quieren eliminarle.


Lo que no se ha sabido comprender es que toda la vida de Jesús es una representación en la carne de lo que hace y vive el Niño de Oro, y cuando crece sigue haciendo todo lo que hace el Cristo Íntimo: sana a los enfermos para que las personas puedan cumplir el Camino Interior, a los sordos para que puedan escuchar la enseñanza, a los ciegos para que puedan ver la luz. Y su pasión es la pasión del Cristo Íntimo dentro de cada hombre, para que pueda salvar a quien lo recibió en sí y resucitar, resurgiendo a la derecha del Padre.


La vida del Salvador es la vida del Cristo dentro de cada persona que haya logrado merecer que él baje y nazca en su corazón. Todo el mundo en todo lugar y en toda época conoció estas enseñanzas; si nosotros no las reconocemos es por nuestra incapacidad y dureza de corazón. Entonces, para que la venida del Cristo no haya sido en vano debemos hacer el esfuerzo de vivir seriamente según su ejemplo, de manera que podamos volvernos dioses tal y como él ha venido a enseñarnos.


Si esto es considerado herético, entonces el mismo Jesús lo era. Nos lo muestra Juan (10, 30-36): «Yo y el Padre somos uno. Los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle. Jesús les dijo: Os he mostrado muchas obras buenas que son del Padre. ¿Por cuál de ellas me apedreáis?. Los judíos le contestaron: No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije: sois Dioses? Si a aquellos a quienes vino la palabra de Dios los llamó dioses (y la Escritura no se puede violar), ¿a quien el Padre santificó y envió al mundo vosotros le decís: Blasfemas, porque dije: Yo soy el Hijo de Dios?».


Y también (Juan 14, 12): «En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, las obras que yo hago él las hará también; y aun mayores que estas hará, porque yo voy al Padre».


5. Enseñanzas sobre el Alma


Se cree que uno de los fundamentos de la cristiandad es la diferente visión de la vida que adoptan los cristianos, para quienes la vida es solamente una, mientras que en la mayoría del resto de religiones son varias. Sin embargo esta es una de las mayores mentiras a las que los ‘cristianos’ han sido expuestos.


En la tradición judía se hablaba del Alma como una parte eterna e inmortal que puede volver a tener cuerpo. Los textos de Flavio Josefo son útiles también para mostrar este argumento.


Flavio Josefo, Guerra de los judíos, III, 8, 5 (los judíos quieren suicidarse y Josefo, el autor, intenta convencerlos de que no sería correcto):


«También matarse un hombre a sí mismo, ya sabéis que es cosa muy ajena de la naturaleza de todos los animales, además de ser maldad muy grande contra Dios, creador nuestro; ningún animal hay que se dé él mismo la muerte, o que quiera morir por su voluntad. La ley natural de todos es desear la vida; por tanto, tenemos por enemigos a los que nos la quieren quitar, y perseguimos con mucha pena a los que tal nos van acechando. ¿No tenéis por cierto que Dios se enoja mucho cuando ve que el hombre menosprecia su casa y edificio? De su mano tenemos el ser y la vida; debemos, pues, también dejar en su mano quitárnosla y darnos la muerte. Todos, según la parte inferior que es nuestro cuerpo, somos mortales y de materia caduca y corruptible; pero el alma, que es la parte superior, es siempre inmortal, y una partícula divina puesta y encerrada en nuestros cuerpos. Quienquiera, pues, que maltratare o quitare lo que ha sido encomendado al hombre, luego es tenido por malo y por quebrantador de la fe. Pues si alguno quiere echar de su cuerpo lo que le ha sido encomendado por Dios, ¿pensará, por ventura, que aquel a quien se hace la ofensa lo ha de ignorar o serle escondido? Por justa cosa se tiene castigar a un esclavo cuando huye, aunque huya de un señor que es malo; pues huyendo nosotros de Dios, y de tan buen Dios, ¿no seremos tenidos por muy malos y por muy impíos? ¿Por dicha ignoráis que aquellos que acaban su vida naturalmente y pagan la deuda que a Dios deben, cuando aquel a quien es debido quiere ser pagado, alcanzan perpetuo loor, y tanto su casa como toda su familia gozan y permanecen? Las almas limpias que puramente invocan al Señor alcanzan un lugar en el cielo muy santo; y después de muchos tiempos, andando los siglos, volverán a tomar sus cuerpos. Pero aquellos cuyas manos se levantaron contra sí mismos alcanzan un lugar de tinieblas infernales, y Dios, padre común de todos, toma venganza de ellas por toda la generación; por tanto, es cosa la cual Dios aborrece mucho, y la prohíbe el muy sabio fundador de nuestras leyes. Si acaso algunos se mataren, determinado está entre nosotros que no sean sepultados hasta que las tinieblas y la noche vengan, siéndonos lícito enterrar aún a nuestros enemigos; y entre otros, les mandan cortar las manos derechas a los que de esta manera mueren, por haberse contra ellas mismas levantado, pensando no ser menos ajena la mano derecha que tal comete de todo el cuerpo, de lo que es el alma del propio cuerpo. Cosa es, pues, linda, compañeros míos, juzgar bien de este negocio, y no añadir, además de las muertes de los hombres, ofensa contra Dios nuestro creador con tanta impiedad».


Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, XVIII, 1, 3:

«Los fariseos viven parcamente, sin acceder en nada a los placeres. Se atienen como regla a las prescripciones que la razón ha enseñado y transmitido como buenas, esforzándose en practicarlas. Honran a los de más edad, ajenos a aquella arrogancia que contradice lo que ellos introdujeron. A pesar de que enseñan que todo se realiza por la fatalidad, sin embargo no privan a la voluntad del hombre de impulso propio. Creen que Dios ha templado las decisiones de la fatalidad con la voluntad del hombre para que este se incline por la virtud o por el vicio. Creen también que al alma le pertenece un poder inmortal, de tal modo que más allá de esta tierra tendrá premios o castigos, según se haya consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que practiquen lo último, eternamente estarán encerrados en una cárcel; pero los primeros gozarán de la facultad de volver a esta vida. A causa de todo esto disfrutan de tanta autoridad ante el pueblo que todo lo perteneciente a la religión, súplicas y sacrificios se lleva a cabo según su interpretación. Los pueblos han dado testimonio de sus muchas virtudes, rindiendo homenaje a sus esfuerzos, tanto por la vida que llevan como por sus doctrinas».


No hay que buscar en la Cábala profunda para encontrar tal sabiduría. Era algo común entre todos los judíos. Así pues debemos considerar que los primeros discípulos de Jesús, ya que eran judíos antes de ser cristianos, tuviesen estos conocimientos por exactos, ya que Jesús no vino a destruir el judaísmo sino a perfeccionarlo y en sus palabras no hay nada que sea contra tal creencia.


De hecho hay algunos pasajes de los Evangelios canónicos que parecen incomprensibles si no se tiene en cuenta la concepción de vidas sucesivas y de las consecuencias que arrastramos por nuestros actos anteriores.


El Evangelio de Mateo, 16, 13-14 dice: «Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; pero otros, Jeremías o uno de los profetas».


Y Mateo 17, 10-13: «Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero? Y respondiendo él, dijo: Elías ciertamente viene, y restaurará todas las cosas; pero yo os digo que Elías ya vino y no lo reconocieron, sino que le hicieron todo lo que quisieron. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos. Entonces los discípulos entendieron que les había hablado de Juan el Bautista».

Juan 9, 1-2: «Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?». Jesús les contesta que era ciego para que las obras de Dios pudieran manifestarse en él, pero no dice que es equivocado considerar que las malas acciones llevan consecuencias negativas. Y no todos los ciegos son sanados por el Cristo: no siempre se nacen así para que las obras de Dios se menifiesten.


Y San Pablo escribe en la carta a los Gálatos (6, 7-9): «No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos». Estas palabras no solo se refieren a la vida eterna, sino que pueden ser muy bien entendidas como explicación de la Ley de Causa y Efecto, conocida también como Ley del Karma.


Si podemos estar seguros de que los cristianos pertenecientes a los grupos llamados ‘gnósticos’ tenían por cierta la enseñanza según la cual el Alma vuelve varias veces a la materia, tomando cuerpos que corresponden a las

consecuencias de los hechos precedentes, es posible que muchos de los primeros cristianos (no gnósticos) también la conocieran.


La tradición católica dice que el Alma no es pre-existente a la vida terrenal, pero que es inmortal. Y una persona, en el caso de vivir solo una vida, si se extravía cometiendo algún error muy grave, por toda la eternidad pagará en el infierno sus faltas.


Pero hubo autores que mantuvieron otra postura, como Clemente de Alejandría (150-220 d.C.) y Orígenes de Alejandría (185-254 d.C.), quienes defendían la pre-existencia del Alma. Orígenes se arriesga a decir que el cuerpo es un vehículo, y que puede ser perfecto o deshonroso según lo que el Alma hubiese hecho en un otro mundo (ya que hay varios).


También Sinesio de Cirene (ca. 370-413/4), inicialmente discípulo de Hipatia y más tarde convertido al cristianismo y obispo de Tolemaida, afirma en varias obras la pre-existencia de las almas y el hecho de que pasen a través de varias vidas.


Pero desde el siglo VI este tipo de pensamientos comenzaron a ser atacados y se llega a juzgar como herética la creencia en la pre-existencia del Alma. Por lo tanto, aunque haya habido numerosos personajes relevantes que se acercaron a tal visión y hoy haya mucha más apertura sobre este tema, todavía la mayoría de los cristianos están convencidos de que se vive solamente una vez, aunque en la predicación de Jesús esto no es afirmado explícitamente por ningún lado.


Una teoría muy famosa y nombrada sobre el paso de las almas de un cuerpo a otro es la metempsícosis de Pitágoras, un filósofo griego que operó sobre todo en el sur de Italia en la segunda mitad del siglo VI a.C. Sus enseñanzas influyeron mucho sobre Platón y su teoría del Alma.


Los mismos autores antiguos afirmaban que Pitágoras había recibido estos conocimientos en Egipto y Oriente. De hecho hay semejanzas con las creencias hindúes, egipcias, etc.


El concepto de que el Alma sea la parte verdaderamente viva del ser humano está presente en todas las culturas del mundo antiguo, y solo el cristianismo lo rechaza desde la antigüedad tardía en adelante. Mas  tal rechazo no se fundamenta en las palabras del Cristo.


Algo análogo ocurre en el islam, donde oficialmente la teoría de la reencarnación (con sus variaciones) no es aceptada, aunque entre los Sufíes hubo algunos maestros que la consideraron correcta y hasta llegaron a hablar de la posibilidad de que un alma pudiera encarnarse en cuerpos animales, vegetales y minerales, como afirmó Jalal ad-Din Rumi.


Los Sufíes se pueden relacionar en algún aspecto con los cristianos gnósticos y ‘heréticos’: ellos también tenían una visión más honda y esotérica de la religión, y constituían un grupo separado de las masas.


Los pocos que han sido capaces de comprender tuvieron siempre la posibilidad de conocer estas verdades, independientemente de la religión a la cual pertenecieran, porque en el fondo de cada religión hay una sola y única fuente: la Religión Universal.