Por: Marc Riedel [IAO]

¡Si de verdad estamos interesados en el bien común, tenemos que volvernos más profundos! El simplista es incapaz de ayudar a nadie, porque no comprende a los demás, y al no comprenderles, tampoco les perdona. Sin embargo, el mejor soporte que podemos brindar a alguien es comprenderle. Comprender a alguien es como ofrecerle una “garantía de bienestar”.


Misteriosamente, cuando una persona es comprendida, inmediatamente percibe una sensación de cierta liberación de tensiones y angustias, es algo enteramente mágico, extraordinario. Se siente mejor de inmediato y puede respirar psicológicamente con cierta soltura, se abre, y drenando su dolor, se cura. Cuando no, se cierra aún más en su tozudez, y posiblemente hasta se llegue a confundir en un grado aún mayor que cuando estaba sola y aislada. Entonces, con respecto al prójimo, ser simplista es ser insensible, ser voluntariamente ignorante para con la intimidad complejísima de nuestros hermanos y hermanas, los seres humanos.


¿Estás seguro de que no eres tú también un simplista? Analiza bien el asunto, porque puede que estés juzgando mordazmente sobre la superficie de la vida, por encima de los hechos, mientras que el fondo, la complejidad y lejanía de lo invisible, lo que sucede realmente, se te escape de las manos…

¿Dónde está el fundamento del simplismo? El yo del orgullo es su fundamento.

¿Cómo podemos devenir lo opuesto? Haciéndonos observadores y reflexivos y descubriendo muy de fondo nuestra nadidad.


Si queremos ser más humanos, tenemos que abandonar el simplismo. Cualquier persona, aún ligada a las más altas enseñanzas en cosmología esotérica, cuando simplista, reduce Teología, Cosmología, Psicología y otras ciencias superiores todas juntas, a cuatro garabatos aislados perdiendo así el panorama global. Las mentes simplistas en extremo, son precisamente las mentes de las personas que encuentran justificación en los fundamentalismos extremistas y el fanatismo religioso asesino.


La consecuencia más grave del simplismo es el juicio indiscriminado de los unos a los otros. Lo que resulta tristísimo… La “catalogación” de los seres humanos en “buenos”, “malos” y demás, es deprimente. ¡Queremos catalogarlo todo! Lo que es posible o imposible de hacer, cómo se ha de hacer, porqué se ha de hacer, quién tiene que hacerlo, cuándo, dónde, acuerdos y desacuerdos, todo lo queremos dominar. Rotulamos a las personas como oscuros o luminosos, y siempre terminamos viendo que el oscuro también tenía algo de luz, y que el claro también tenía algo de tinieblas. Pero no, no aprendemos la lección, porque a la madrugada del día siguiente ya estamos juzgando otra vez…


Reducimos a los seres humanos a meros conceptos subjetivos, rotos, incompletos, y eso es ciertamente desalmado y muy dañino para todos, para el común denominador de la humanidad. ¿Qué valor podría tener el “trabajo” de gente que se dedica a polucionar las mentes?


Si no queremos volvernos “viejos” en cuestión de unos pocos años, si no queremos ser criticones, desagradables, groseros y fanáticos, terminando por ser uranios misántropos, entonces tenemos que mirar más lejos… La verdadera vejez, es obviamente la vejez de la mente, y no la del cuerpo. Es ahí donde uno envejece o rejuvenece su forma de ser.


Se cree, a causa de esta forma de reducción del cosmos a una lata de conservas mental, que existen dos formas de pensar, “dos”, no más, no, no, no, sólo dos… Una es la correcta y la otra es la equivocada. ¡Todos al juzgar estamos equivocados! ¡Qué cuadriculación más primaria! Existen millones de formas de pensar y ninguna es, realmente, bajo la luz de la interconexión de las fuerzas universales, correcta o equivocada, buena o mala, todas ellas en su conjunto son vibraciones cósmicas particulares, pobrezas y riquezas de cada uno, y por lo tanto, del universo. Son contrastes necesarios en el devenir del tiempo, procesos en curso, porque nada es perpetuo, sino el cambio. Por eso toda comparación, rotulación, descrédito entre personas, especialmente las realizadas ante la conciencia pública, son un crimen.


¿Y por qué somos tan simplistas, cómo hemos llegado hasta aquí? En parte, aceptando lo que los sentidos físicos nos traen, como si estas percepciones fueran absolutas. No reflexionando por nosotros mismos sino pensando con mente ajena. No poniéndonos jamás en el lugar del prójimo tratando de sentir lo que él siente y pensar lo que él piensa, encarnando su vida en la nuestra con el translúcido de la imaginación. ¡Estamos así porque no analizamos lo que vivimos, sino que lo aceptamos todo como una verdad ya terminada, hecha y sin cambios! ¡Porque somos estúpidamente crédulos y estúpidamente incrédulos! Porque no sentimos, porque el corazón humano está petrificado como tronco milenario y porque nos apreciamos equivocadamente a sí mismos.


El simplismo exagerado es demasiado débil en su juicio como para descifrar el alma de una persona, sus traumas, locuras y virtudes. El simplismo es un grave problema de la edad moderna, de las gentes que corren sin darse jamás el tiempo de pensar detenidamente en su vida y el contenido de la misma.

Necesitamos perforar la complejidad de la vida con una profunda mirada retrospectiva, mirada que surque infinitamente el camino hacia la conciencia, a través de los bosques espesos del sectarismo partidario, desembocando en el mar insondable de la COMPRENSIÓN, donde el amor es una realidad que brilla como el sol.