A lo largo de este estudio hemos visto una serie de aspectos de la vida de Jesús, de sus enseñanzas, de la relaciones con otras culturas cercanas y lejanas; y también sobre cómo nacieron grupos muy diferentes entre sí según su interpretación de las enseñanzas del Salvador.
Durante algunos siglos estos distintos grupos vivieron cerca los unos de los otros, aunque manteniendo entre sí crecientes oposiciones. Y al final quedó solo una secta, a la que se denominó ‘católica’, que acusó, difamó y atacó a las demás tachándolas de heréticas y logrando su casi completa desaparición.
Ciertos conocimientos persistieron en algunos grupos limitados, cuyas creencias volvieron a presentarse en forma más o menos manifiesta en períodos sucesivos, siendo entonces atacados por los poderes establecidos. Los cátaros fueron masacrados en la cruzadas contra los albigenses (1209-1229), acusados de los peores pecados aunque siguieran una vida recta alejada de cualquier riqueza material, hasta el punto de que se les conocía como ‘los buenos hombres’.
Los templarios habían logrado acceder a muchos conocimientos en Tierra Santa por medio del contacto con la cultura islámica, que mantuvo concepciones del antiguo Egipto (la palabra Alquimia deriva da al-, que es el artículo árabe, y Kemia, que es la ‘ciencia de Kem’, es decir, de Egipto; no debemos olvidar, en efecto, que los egipcios llamaban a su tierra Kem y a sí mismos Kemitas). Y estos Caballeros del Temple fueron acusados de adorar al diablo y, en consecuencia, apresados y torturados por mandato del rey de Francia Felipe IV el Hermoso, que quería confiscar sus riquezas (1307); en 1312 el Papa clausuró la orden, y en 1314 el último Gran Maestro de la Orden, Jacques de Molay, fue quemado a París después de haber profetizado la ruina de los que le habían condenado injustamente.
Posteriormente nacieron las cofradías de los constructores de catedrales góticas, que mantenían sus conocimientos secretos y mezclaban en sus obras símbolos cristianos con otros paganos y esotéricos.
Y surgieron los alquimistas, que para la mayoría de las personas aparecían como unos locos que buscaban crear el oro a partir del plomo y que hablaban de cosas incomprensibles, como la leche de gallina y la piedra filosofal. Sin embargo no hacían otra cosa sino esconder un conocimiento que no podía ser revelado más que a los pocos que estuvieran preparados para recibirlo y ponerlo en práctica.
Las expresiones raras e insólitas que usaban tenían el fin de alejar a los que no poseían las claves de interpretación necesarias, e igualmente impedir cualquier acusación por parte de la iglesia católica, que en aquellos siglos tenía el poder de condenar a muerte a todo aquel que fuera juzgado hereje.
La iglesia católica acaparó de hecho tanto poder debido a que se apoyó en las estructuras políticas de cada momento y mantuvo con estas connivencias de todo tipo. Así, en pocos siglos, se impuso y convirtió primero al Impero Romano, luego a los reinos bárbaros; un claro ejemplo de ello es el hecho de que sancionó al imperio de Carlo Magno, mientras que el rey fue coronado Imperator Romanorum, ‘emperador de los romanos’, por el mismo papa León III la noche de Navidad del 800 d.C.
Jesús decía «dad al César lo que es de Cesar, dad a Dios lo que es de Dios» (Mt. 22, 21). Pero hubo quien encontró mucho más interesante mezclar el poder del César con el de Dios, manchando irremediablemente ambos; hubo prelados que ejercían de señores y políticos, e igualmente hubo señores y políticos que se entrometían en los asuntos religiosos.
Desde entonces, el poder de esta secta religioso-política no paró de crecer, y sus muchos ojos llegaron a investigar la vida de cualquier persona que pudiese ser considerada peligrosa para ‘la ortodoxia de la fe’ (y para los intereses de quien decidía lo que pertenecía a la fe ortodoxa y lo que no). Así empezaron las torturas y las horribles condenas a muerte (quema en la hoguera, desmembramiento, etc.) otorgadas con gran generosidad a los ‘enemigos de la iglesia’. Entre dichos ‘enemigos’ se encontraban mujeres conocedoras de las propiedades curativas de las hierbas, y que por ello eran acusadas de brujería y de mezclarse con el diablo; personas que criticaban a los prelados por sus riquezas y conductas indecentes; librepensadores como Giordano Bruno, que en 1600 fue quemado vivo por hereje, Galileo Galilei, obligado a recusar sus estudios sobre el heliocentrismo bajo la amenaza de muerte, o Paracelso, acusado de hechicería varias veces (de hecho, él mismo decía que había mucha más sabiduría entre las mujeres campesinas que usaban las hierbas que entre sus contemporáneos médicos, y que todo lo que había aprendido lo debía a esas mujeres: las mismas que a menudo acababan quemadas en las públicas plazas como brujas).
La lista sería muy larga de enumerar, por lo que resultaría imposible recoger aquí todos los nombres, pero es interesante mencionar que incluso el mismo San Francisco de Asís al comienzo de su predicación corrió el riesgo de ser acusado de hereje; el único motivo por el que los poderes eclesiásticos no tuvieron el coraje de atacarle se debió al inmenso amor que ya le profesaban las gentes.
Aunque cabe preguntarse: si los altos grados de la iglesia católica consideraron la posibilidad de ajusticiar al ‘pobrecito de Asís, ¿cómo se puede definir esta como una ‘Iglesia’? Cabe concluir que este nombre ha sido injustamente usado por una institución que realmente no tiene nada a que ver con Jesús y sus enseñanzas.
La pregunta que se deriva de ello es la siguiente: aun si aquellas personas que fueron atacadas y hasta ajusticiadas se equivocaron en sus actos, ¿quién dio a los católicos el derecho de matarlas y perseguirlas? Los que presumen de cristianos, ¿dónde encontraron enseñanzas del Cristo que inciten al homicidio y a la violencia? ¿Por qué hubo y todavía hay tanta aversión contra aquellos que buscan un conocimiento más profundo, el mismo que Jesús dio a sus discípulos en secreto porque las multitudes no eran capaces de recibirlo? ¿Es este un pecado mortal?
La verdad es que solo los que están preparados para recibir el mensaje pueden entenderlo verdaderamente, y los demás, creyendo ser lo que no son (verdaderos cristianos), hacen lo contrario de cuanto el mensaje dice; si este predica amor, ellos matan; si este enseña a no juzgar, ellos juzgan, calumnian y condenan; si este enseña el camino para volver al Padre, ellos hacen de todo para no seguirlo y para evitar que otros lo puedan encontrar.
A esos les dijo Jesús (Juan 10, 26-28): «Mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna: ellas no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano».
FIN